Cuando era chica mis barbies eran unas putarrancas.
salvo la mía, o sea la protagonista, o sea la que queríamos que ganara.
Por ejemplo, la mala, que era la única mala, iba en bolas al colegio para levantarse a mi ken pero a mi ken no le importaba nada. La mala era una que estaba toda rota y despeinada, pero no la tirábamos por el aprecio que le teníamos a sus aros gigantes y al vestido de maripositas que traía originalmente y que desde que se puso toda fea nunca le dejamos volver a usar.
La mía (aunque entre Lau y yo las movíamos a todas, y la suya también siempre ganaba) actuaba con mucha timidez y sólo aceptaba participar en el ritual de elección de parejas para el baile porque lo hacían todas las demás. El ritual, digno de Discovery Channel, consistía en que las muchachas desemparejadas se sentaban en el patio de la escuela secundaria típica del imaginario que poblaba nuestras cabezas consumidoras de televisión y alto palermo, (antes de Cris Morena, pero depusés de Montaña Rusa, que veíamos a escondidas), y los kenes se trepaban a vayaunoasaberqué para tirarse de una liana y agarrar a la barbie desemparejada en cuestión y llevarla al baile (silencio para reflexionar acerca de lo que no puedo creer que acabo de decir). Por supuesto, este era un evento en donde todas se vestían con sus mejores ropas de barbie, y la mala iba más en bolas que nunca. Como todas eran unas putarrancas y lo hacían, y mi barbie no quiso ser mala onda, se sentaba sin la mínima esperanza o noción de que El Ken Más churro De Aquel Colegio-Barbie (porque mi mamá me había regalado el que hacía de Eric en La Sirenita) iba a elegirla a ella; y mi barbie saltaba de la emoción inexpresiva cuando se descubría volando por los aires, no pudiendo creer que mi Ken la hubiese elegido a mí digo a ella(!); a pesar de que su vestido era cuidadamente cualunque, a pesar de que su pie estaba todo mordisqueado que se le salía un plástico y a pesar de ni siquiera ser rubia (la mía nunca era rubia, a mí me gustaban las Teresas).
A la barbie de Lau nunca la elegían porque siempre encontraba el banquito en donde se sentaban las que no querían jugar. Pensándolo ahora que escribo, esto sólo puede querer decir que el ritual Discovery era totalmente invención mía, y ella nada más esperaba hasta que se me pasara el momento de profunda emoción y ojitos rojitos, para poder seguir jugando.
Así que después de que la mía volara por los aires, para mí ya no había mucha emoción. Igualmente Lau digo la de Lau, también decidía ir al baile y nos pasábamos un rato sólo disfrutando el hecho de que íbamos a ir, frente a un tocador coso fucsia ochentoso con un sticker de espejo que siempre se estuvo por salir. Esta era la parte donde dos chicas se emocionan juntas, preparándose frente a algo que es desconocido y todavía no pasó pero está ahí, inminente. Así que era nuestra parte favorita porque en varios sentidos era cierto. La parte del baile la obviábamos, la hermosa tensión sexual que tanto muestran en las películas es ridícula de actuar cuado sos tanto el hombre como la mujer, o peor, cuando sos Dios y no entendés bien cómo se hace.
Lo que lo hacía todavía más imposible era estar condenado a sus caras de saciedad feliz y tranquilidad inmutable. Para que fuera divertido necesitábamos tener expresiones rebosantes incomodidad y tensión sexual hacia las cuales hacer zooms; y eso, que era lo que más curiosidad y ganas de sentir daba, aunque fuera a través de un muñeco que agarrábamos con la mano, nunca se pudo.
Igualmente después, ai ah aoaih, después más tarde
sí, volvía la estrambótica puntada en el estómago de imaginarse una persona real en cuerpo haciendéndote en cuerpo eso, cuando mi Ken, después del baile, decidía cantarle “Sin Documentos” a mi Barbie Teresa desde arriba de un tigre de peluche gigante que todavía tengo tirado por ahí, y ella se moría del amor, desfallecía, y ahí se acababa la historia. Se acababa porque me aburrían los casamientos barbie.
Con la barbie de Lau no sé bien qué pasaba. Seguro algo, pero no me acuerdo. Siendo que Lau y yo éramos primas, y solíamos jugar juntas, en general era lo más normal ese guión, pero eventualmente el largo e intrincado camino que es la guía telefónica de tus compañeras de primaria nos iba mostrando otras casas, otros vestidos, otros anillitos de perlita de plástico.
Una chica llamada Melanie cada tanto venía a mi casa a jugar, por alguna u otra razón siempre terminaba llevando la historia hacia una escena en donde nuestras barbies descubrían una olla con algo que no podía ser otra cosa que un afrodisíaco potentísimo. En esa historia, nuestras barbies y nuestros kenes tenían hambre de sí mismos, y yo me aburría, porque más allá de la parte en donde encontraban la olla no había mucho diálogo, y además siempre dejaban la ropa tirada por ahí (y la ropa era una de las delicias de El Mundo Barbie, junto con los muebles y los electrodomésticos y las cortinas y los autos que se convertían en casas)
Otra chica llamada no me acuerdo cómo, pero que era mi vecina del cuarto piso, tenía las barbies más lindas del mundo, las más raras del mundo, y no jugaba con ninguna. Decía que le divertía verlas sentaditas y pasarles un plumero por arriba cuando las veía sucias.
Muchos años después, pero no tantos, mi amiga Lula me mostró su caja llena de barbies y nos pasamos una noche tomando vodka y jugando hasta que se hizo de día. Estaban todas desnudas y tenían alrededor de la cintura una cinta scotch que sostenía un papelito con el nombre de cada una. De esa noche tengo bastantes lagunas, el único detalle del que no me voy a olvidar jamás, es que la mayoría se llamaban Marta.